Doom: The Dark Ages conserva el frenetismo clásico, pero también introduce momentos más ligeros y hasta tiernos.
Aunque Doom siempre se ha caracterizado por su violencia extrema y su ritmo acelerado, The Dark Ages ha sabido equilibrar la fórmula con detalles que muestran una nueva faceta del icónico Slayer. Uno de estos detalles es la inclusión de juguetes coleccionables repartidos por todo el juego, una tradición que comenzó en Doom (2016) y continuó en Doom Eternal.
Lo que hace especial esta entrega es que algunas de estas figuras no solo se recogen, sino que activan animaciones únicas donde el Slayer interactúa con ellas de forma juguetona. En un título lleno de sangre y destrucción, ver al protagonista tomarse un momento para jugar con una figura plástica es un giro tan inesperado como encantador.
Cada juguete coleccionable puede esconder una animación única que rompe con el tono serio del juego.
Aunque muchas animaciones al recolectar juguetes son simples, hay algunas que destacan por el toque de humor o ternura que aportan. Por ejemplo, al encontrar la figura de Serrat, el dragón montable del juego, el Slayer simula que la criatura vuela con sus manos. Es una escena corta, pero efectiva para añadir profundidad emocional al personaje.
Otro ejemplo es el juguete del propio Slayer, que viene equipado con una versión miniatura de la Shield Saw. En vez de simplemente guardarlo, el Slayer hace girar la pequeña sierra como si fuera un niño curioso. Este tipo de detalles contrastan enormemente con la brutalidad que domina el resto del juego, haciendo que el momento sea aún más memorable.
Las interacciones con juguetes coleccionables comenzaron hace varias entregas, pero han evolucionado con cada juego.
En Doom (2016), al recoger una figura del Slayer, el personaje principal le daba un amistoso fist bump. En Doom Eternal, este gesto se mantuvo, pero con variaciones, como mostrar el Doomblade al levantar la figura. Ahora, en The Dark Ages, se suma un nivel más de personalización y dinamismo en estas interacciones.
Además, los jugadores pueden incluso personalizar el avatar del HUD del Slayer. Las opciones incluyen una versión “Clásica”, como homenaje a los juegos originales, y versiones modernas con más expresividad. Todo esto contribuye a construir un personaje más completo, que va más allá del arquetipo de “máquina de matar silenciosa”.
Los juguetes más especiales están escondidos en capítulos clave y requieren exploración para ser descubiertos.
Los jugadores que quieran experimentar estas animaciones especiales deberán prestar atención a los mapas. Por ejemplo, la figura de Serrat se puede encontrar en el Capítulo 5, mientras que la del Slayer aparece en el Capítulo 6. Están ubicadas en zonas fuera del camino principal, lo que premia a quienes se toman el tiempo de explorar cada rincón del juego.
Estos momentos no ofrecen ventajas de combate ni progresión, pero son recompensas emocionales que añaden valor narrativo y rompen la monotonía del combate. Funcionan como pequeños respiros dentro del caos constante, y ayudan a generar una conexión emocional entre el jugador y el Slayer.
Doom: The Dark Ages demuestra que incluso los héroes más violentos pueden tener una chispa de ternura.
El Slayer siempre ha sido representado como un guerrero imparable, una fuerza de la naturaleza dedicada a aniquilar demonios sin descanso. Sin embargo, estos momentos de calma —jugando con juguetes, interactuando con miniaturas— muestran que aún queda humanidad detrás del casco.
Este tipo de decisiones creativas por parte de id Software no solo refrescan la experiencia de juego, sino que también enriquecen la narrativa de una saga que, aunque centrada en la acción, está encontrando formas sutiles de evolucionar. En un medio donde los protagonistas suelen estar definidos por su capacidad destructiva, que el Slayer tenga un momento para sonreír, aunque no lo veamos, es sencillamente brillante.