La primera hora de juego redefine mis emociones como padre
Death Stranding 2: On the Beach, secuela del aclamado título de Kojima, arranca con una escena que me ha golpeado directo al corazón. Sam deja a Lou —la Bridge Baby que tantos hemos cuidado en el primer juego— bajo el cuidado de Fragile y se prepara para partir. Aunque sé que Fragile es de confianza, como padre recién estrenado, esa sensación de dejar a mi hija, aunque sea por un momento, me paraliza.
La conexión que había cultivado a través de más de cien horas en la primera entrega —logrando S-ranks, completando entregas, protegiendo a Lou— se intensifica ahora que soy padre en la vida real. En 2025, cada segundo que alejo la mirada de Sam alejado de su bebé me representa una lucha interna muy real: el instinto de quedarme con mi hija y no querer soltarla por nada del mundo.
Explorar la contradicción emocional de querer paz y añorar a los hijos
La paternidad me ha enseñado que es un camino inigualable: lleno de amor feroz, pero también de momentos de agotamiento extremo. Antes de tener hijos, uno solo imagina la felicidad que vendrá, pero nadie te prepara para las noches sin dormir y la infinita disponibilidad emocional que requieren.
En esos momentos de cansancio, busco unos minutos para mí, pero al lograrlos, lo único que deseo es volver a estar con mis pequeños. Death Stranding 2 capta ese dilema a la perfección cuando vemos a Sam recordando los momentos simples con Lou: jugando con bloques, tomando el desayuno, durmiendo en su trona. Es justo ese contraste entre el deber y el cariño profundo lo que hace que su despedida sea tan devastadora.
Vivir la partida de Sam como una experiencia casi personal
Jugando, me encontraba repasando mentalmente mis propias noches en casa. Mi hija y mi hijo duermen cerca, apenas escucho sus respiraciones, y aun así, siento un vacío cuando me alejo. Esa misma sensación la experimenta Sam: un silencio opresivo cuando Lou se queda atrás.
Aunque no fuera por una entrega peligrosa, la escena me recordó esas veces que salí solo —para ver una película o comer con mi esposa— y descubrí que, con cada paso hacia la puerta, mi corazón se encogía. Death Stranding 2 le da cuerpo a esos sentimientos universales de paternidad, y logra que hasta los no padres entiendan el golpe emocional que significa separarse, aunque sea por pocas horas.
El poder narrativo de la secuela radica en hacer latir más fuerte el corazón antes de arrancar
En muchos juegos, el inicio se concentra en la acción o en mostrar mecánicas nuevas. Kojima, sin embargo, apuesta por la lentitud emocional. La introducción a Death Stranding 2 no presenta grandes giros narrativos ni promesas de combate épico, sino una despedida que duele y que pone al jugador en una posición vulnerable.
Este diseño demuestra una madurez narrativa impresionante: en menos de una hora ya estoy emocionalmente agotado y reflexionando sobre mi propia paternidad. Las imágenes de Lou dormida, la luz colándose por la ventana, el murmullo de un hogar que espera a su parte… Todo eso prepara el terreno para una narrativa que, desde ya, promete golpear en lo más profundo.
Death Stranding 2 cuestiona si debemos cumplir con nuestra tarea o permanecer junto a quienes amamos
Sam tiene una misión: conectar a la humanidad dispersa una vez más, proteger a los suyos y cumplir un propósito mayor. Pero esa misión exige sacrificios emocionales, uno de ellos dejar a Lou. Como padre, esa elección paraliza. ¿Vale más el deber que el abrazo matutino o la incertidumbre de dejar un beso de buenas noches?
Esa pregunta no solo define el conflicto interno de Sam, sino que también resuena en nosotros, padres reales. Death Stranding 2 logra que la experiencia de jugar trascienda la pantalla, nos convierte en partícipes activos del dilema entre responsabilidad y afecto. Y en mi caso, la respuesta fue clara: ahora quiero quedarme en casa. Permanecer cerca de lo que más importa, aunque eso signifique posponer mi misión, aunque solo sea hasta mañana.\
Death Stranding 2: On the Beach no solo prosigue la historia de Sam y Lou, sino que profundiza en nuestro propio mundo emocional: el de padres que desean proteger sin abandonar sus sueños, que necesitan espacio sin dejar de amar. Kornima donde la narrativa del juego y la vida real convergen, dejándonos con una certeza: hay misiones que no valen un segundo sin dar un beso de despedida.